miércoles, 25 de julio de 2007

Un viaje

Un viaje.

La nieve, claro, nos sorprendió a todos. Vino así de repente y nadie la esperaba inaugurando paisajes de ensueño, pesadillas en mitad de la noche, ¿Cómo hallarse en el lugar que es el de uno pero es otro? Los animales la aceptan con eterna resignación, a nosotros nos convoca inevitablemente a los sitios habitados por la imaginación, tan lejanos, intangibles pero tan intensamente reales. Y vos, que no podías salir de ahí, sin voz. Igualmente, hubo que sacudir la nieve del auto rojo que había quedado cubierto de un manto blanco, silencioso y frío. Ponerlo en marcha y salir, en el paisaje invadido por imágenes de otro tiempo y otro lugar, ¡por favor¡ devuélvanme mi mañana verde gris y fresca de árboles sin hojas, en invierno con el rocío y los tejados marrones.
Pero lo peor de todo es el viaje que tengo que emprender, a ese lugar donde te encuentras, con la voz casi inaudible y el rostro trémulo, cómo habré de cruzar ese puente, tocarte y volver, ilesa, pero distinta. Mi auto rojo me lleva, sabe el camino, ya se libró de esa peste blanca que cayó sobre nosotros, anunciando todo tipo de invasores que nunca llegaron, pero que yo se que están por ahí.
Subo al tercer piso, donde creo que te hallas, esperándome con ansiedad, silencio y palabras que nos llevan al pasado, a otras historias y otros lugares remotos o apenas des-conocidos. Y ahí estás, hablando en una lengua que apenas entiendo, pero que te pertenece desde hace tanto tiempo y de la que soy casi todo el tiempo extranjera. En fin, me das las recetas de esas pastillas que yo sé te van ayudar a soportar la angustia y salgo en busca de una farmacia. Allí en esas veredas donde pasean señoras con sus pequeños perritos de compañía, hombres de negocios que respiran un momento de pausa en algún café, madres serenas con sus niños pequeños, estudiantes, bellos jóvenes que regresan de sus vacaciones en la nieve de los centros de esquí. Nada que se parezca a la intemperie y la desolación se muestra en las calles de estos barrios elegantes.
Por fin encuentro la farmacia donde me venderán la dosis diaria de alivio para muchas de estas señoras, jóvenes, hombres cuyas vidas no conozco y sólo atisbo por instantes y vuelvo a tu tercer piso en penumbras. Antes pasé por el supermercado, claro, compré bananas, té twinnings, queso blanco, jamón crudo, galletas. Tomamos una taza de té mientras nos despedimos, en idiomas diferentes, claro y cargamos en mi auto rojo los últimos regalos: una bolsa con documentos de trabajo que alguna vez dejé olvidada cuando creí estar allí, una radio am fm pequeña que no sé a quién perteneció, -a quién acompañó en horas interminables de soledad, me pregunto una y otra vez-, pero acepto, resignada, dos jarrones chinos, un reloj digital de escritorio, una escarapela con las banderas argentina e inglesa pegaditas una junto a la otra (esto tal vez sea el objeto más curioso de todos!!!!!), una biblioteca de madera maciza y oscura, una silla de estilo en miniatura, un jean azul y una blusa que faltaban de mi placard, y una pequeña canastita con dos tortugas, N y E que me acompañaron en este bizarro viaje de regreso de tu país a mi tierra, donde, por fin, ha dejado de nevar.